La viajera sin
adverbios
Mónica Esguerra y Lucía Borrero
Esta es la historia de Antje, una chica de Fráncfort que
decidió pasar sus vacaciones de verano en Sevilla. Durante varias semanas se
dedicó a preparar los detalles de su estadía en España. Empacó los verbos,
sustantivos, adjetivos, preposiciones, conjunciones y hasta onomatopeyas.
También, por supuesto, su nuevo bikini azul. Sin embargo,
olvidó los adverbios…
¡Todos los adverbios!
Al llegar al hotel, la recepcionista le dijo:
-
Su
habitación es la 307. Para llegar, tome el ascensor hasta el cuarto piso,
porque NO para en el tercero. Luego al salir del ascensor, verá ENFRENTE una
escalera y, AL LADO, una pequeña puerta. NO baje por la escalera, abra la
puerta y siga por AHÍ.
Cuando subió al ascensor, Antje
recordaba las indicaciones de la recepcionista, pero sin los adverbios:
-
Tome
el ascensor hasta el cuarto piso porque para en el tercero. Luego, al salir del
ascensor, verá una escalera y una pequeña puerta. Baje por la escalera, abra la
puerta y siga.
Por supuesto, Antje perdió el rumbo,
no pudo ubicar su habitación y estuvo dando vueltas de piso en piso, hasta que
por fin encontró a un botones, al que le pidió ayuda.
Esa tarde salió a probar las famosas
“tapas” y conoció a Manuel, un muchacho muy guapo. Conversaron casi toda la
noche y se divirtieron mucho. Antes de despedirse, él le dijo a Antje:
-
Quiero
volver a verte. Te espero PASADO MAÑANA, ATRÁS de la Plaza Principal.
Como Antje había olvidado en casa los adverbios, sólo
escuchó:
-
Quiero
volver a ver. Te espero, la Plaza Principal.
Al día siguiente fue a esperarlo desde las nueve de la
mañana, pero su enamorado jamás llegó.
Desilusionada, decidió visitar las iglesias antiguas de la
ciudad. El portero del hotel le recordó:
-
Hoy
NO se pagan las entradas a las iglesias. ¡Qué pase un buen día y disfrute la
visita!
De nuevo, Antje escuchó la frase sin los adverbios:
-
Se
pagan las entradas a las iglesias.
Y como no llevaba suficiente dinero, se volvió a su
habitación.
Antje no lo estaba pasando muy bien en sus vacaciones. Todo
parecía salirle al revés. Sin embargo, la tarde antes de tomar el avión de
regreso a Fráncfort, mientras veía televisión en su habitación, tocaron a su
puerta.
Era Manuel, el chico sevillano, que había decidido venir a
buscarla para averiguar por qué había incumplido la cita en la Plaza Principal.
El malentendido quedó aclarado, y los dos juraron volverse a
encontrar….
¡Esta vez con sustantivos, adjetivos y, por supuesto,
adverbios!
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